viernes, 20 de abril de 2012

La iglesia primitiva


Los Padres de la Iglesia escribieron sobre aspectos relacionados a la vida de los primeros cristianos. En este artículo reproducimos los tratados sobre Los Espectáculos y La Vanidad que escriben Tertuliano de Cartago y Clemente de Alejandría.
Los espectáculos
Tertuliano (*) refiriéndose al anfiteatro, decía:
“Si son lícitos el salvajismo, la crueldad y la impiedad, podemos ir al anfiteatro. Hay quien ve con horror el cadáver de un hombre fallecido de muerte natural y, sin embargo, verá sin emocionarse siquiera los trozos ensangrentados de los cuerpos de los gladiadores, a quienes con látigos  y varas se ha obligado a cumplir su criminal tarea. Aun tratándose de los que justamente han sido condenados al anfiteatro, ¿no es monstruoso que, al recibir su castigo, se les obligue a convertirse en asesinos? Yo creería insultar al lector cristiano, al insistir sobre la aversión que deben provocar en él estos espectáculos. Tal vez pudiera yo, mejor que otros, a excepción de los que frecuentan tales espectáculos, entrar en detalles de lo que allí ocurre; pero prefiero ser incompleto, que hacer trabajar mi memoria, recordando aquellas escenas”.

Respecto a los espectáculos en general, escribía:
“Todo eso son verdades pompas del diablo, a las cuales debemos renunciar los cristianos. Para los paganos, el primer indicio de que uno ha aceptado la fe cristiana es que huye de tales espectáculos (…) ¿Cómo pudiera un cristiano recordar a su creador, frecuentado los sitios donde no se habla de Él? ¿Cómo podría tener la paz en su corazón, donde se arman disputas por un cochero? ¿Cómo aprendería a ser casto, presenciado las excitaciones del teatro? ¿Los gritos de los actores podrán recordarle las exhortaciones de los profetas? ¿Las canciones de un cantor afeminado podrán recordarle el canto de los salmos? ¿Se volverá misericordioso, presenciando las quijadas y las esponjas de los gladiadores? ¡Quisiera Dios preservar a su pueblo de todo apasionamiento por tan perniciosos placeres! ¿No sería monstruoso salir de la Iglesia de Dios, para ir a la del diablo? ¿Del cielo al cieno? ¿De levantar las manos a Dios, a ocuparlas después en aplaudir a un actor? ¿O en alabar a un gladiador con la misma boca que se dice amén en el santuario? ¿O en gritar que viva para siempre a cualquier otro que a Dios y a Cristo?”

Aquellos a quienes se dirigían tales acusaciones replicaban, excusándose:
“¿Para qué renunciar a las distracciones públicas, cuando sabemos que Dios nos concede todas las cosas para que usemos de ellas? En ninguna parte de las Escrituras se prohíben los juegos. Elías fue levantado al cielo en un carro; la Escritura nos hablaba de coros, de címbalos, de cornetas y de arpas, y nos dice que David bailaba delante del Arca. El apóstol Pablo, en sus exhortaciones a los cristianos empleaba términos usados en el circo y en las carreras”.

Otros acusándose en su falta de instrucción y de cultura, decían: “No podemos ser todos ni filósofos, ni ascetas. Somos ignorantes y, como no sabemos leer, no comprendemos las Santas Escrituras. ¿Se puede ser más exigente con nosotros?”

Tertuliano replica a los primeros:
“¡Cuán ingeniosa es la ignorancia humana, cuando está excitada por temor a que se le prohíban las diversiones del mundo! Es indudable que todo lo que existe procede de Dios. Lo que importa es conocer cuál ha sido el pensamiento de Dios al crearlo y qué uso se debe hacer, para que responda al deseo del Creador. Es indudable que existe mucha distancia entre la pureza original de la naturaleza humana y su corrupción; entre el que la ha creado y el que la ha pervertido… En algunas ocasiones, hasta puede asegurarse que se trata de cosas agradables, inocentes y, si se quiere, excelentes. Porque nadie mezcla el veneno con el jugo del eléboro, a pesar de que este alimento, perfectamente condimentado, aún siendo de gusto exquisito, no deja de ser menos peligroso”.

Tertuliano, De los espectáculos, cap. XVI al XXV.
El vestido de la mujer
Otro motivo de grandes tentaciones era la costumbre de adornar el cuerpo. Para que nos hagamos cargo de ellos, basta conocer cuántos tratados han llegado hasta nuestro tiempo, y que nos prueban que muchas señoras cristianas rivalizaban en lujo y elegancia con las señoras paganas. El lujo romano estaba en su apogeo por entonces y los ricos lo fomentaban hasta el exceso. Escribía así Tertuliano al principio de su tratado sobre el vestido de la mujer:

“…que si existiese en la tierra fe, en proporción a la recompensa que se espera en el cielo, desde el día en que conocisteis al Dios viviente, ninguna de vosotras, queridas hermanas, se procuraría trajes, ni muy llamativos, ni muy costosos”.

Y entrando en detalles, añade:
“El estuche más pequeño contiene un patrimonio. Al extremo de un hilo, pende un millón de sesterces. Alrededor de una linda garganta cuelgan adornos de tanto valor que, con lo que se invirtió en ellos, se podrían comprar varios bosques y algunas islas. Se gasta una fortuna solo en adornar las orejas, y los adornos de cada dedo de la mano izquierda de una mujer valen por un saco de plata (…) Veo mujeres que se tiñen el pelo con azafrán, como si se avergonzaran de no haber nacido en la Germania (Alemania) o en la Galia (Francia) (…) ¿Cuál de entre vosotros –dice Dios- podrá volver un cabello blanco en negro? Estas mujeres hacen mentir a Dios, puesto que en vez de volver el cabello blanco o negro, lo vuelven rubio y, según ellas, más gracioso”.

Les recuerda también que, cuando menos lo esperen, que puede caer sobre ellas la mano de hierro de la persecución, y pregunta:
“¿Cómo podrá la muñeca, acostumbrada al brazalete en forma de hoja de palmera (spatalis), soportar el hierro de las esposas? ¿Y cómo podrá el talón, tan brillantemente adornado, y después de pisar con tanta majestad, soportar, repito, la opresión del cepo? ¿Las esmeraldas y perlas que cubren el cuello podrán ser reemplazadas  por la cuchilla del verdugo? Se preparan ya los vestidos de los mártires, y los ángeles nos esperan para llevársenos. Disponer para ir a su encuentro, llevando los adornos de los profetas y de los apóstoles. Que vuestro más delicado tinte sea la sencillez; que la rosa de vuestras mejillas sea la modestia y que la gracia de vuestros labios sea el silencio. Haced que en vuestros oídos penetre la Palabra de Dios, llevando en vuestra garganta el yugo de Cristo. Adornaos con la seda de la integridad y con el lino fino de la santidad. Vestidas con tales ornamentos seréis amadas de Dios”. Tertuliano, El vestido de la mujer I, cap. I, IX; II, cap. VI.

Clemente de Alejandría dice sobre el mismo tema:
“Aquellas mujeres que embellecen constantemente su exterior, y cuyo interior está vacío, son parecidas a los templos egipcios. Cierto que tienen pórticos soberbios, salas y corredores adornados con columnas, paredes en donde brilla el oro, piedras preciosas, artísticas pinturas y altares cubiertos con telas bordadas. Si entráis en uno de ellos para conocer a los que están dentro, si deseáis ver al dios, cuando el sacerdote haya levantado la cortina, os encontraréis en presencia de un gato o de un cocodrilo”.

Donde las señoras romanas lucían particularmente su belleza y sus ricos vestidos era en los baños públicos. Estos establecimientos, de grandes proporciones, podían albergar a millares de personas de uno a otro sexo. Allí se veían mujeres que, para llamar la atención, traspasaban con exceso los límites de la modestia. Clemente hace una brillante descripción del lujo que ostentaban aquellos establecimientos. Levantábanse tiendas de telas finas, que se adornaban con dorados muebles y con vasos de oro y plata, que servían para la comida y para el baño.

(*) Tertuliano (160 D.C.– 220 D.C.) fue un líder de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo segundo y primera parte del tercero. Nació, vivió y murió en Cartago en el actual Túnez. Él fue quien inmortalizó la famosa frase: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.

Clemente de Alejandría fue el primer miembro de la Iglesia de Alejandría en recibir notoriedad además de ser uno de los más destacados maestros de dicha ciudad. Nació a mediados del siglo II y se estima que murió entre los años 211 y 216.
(Tomado del libro “Historia de la Iglesia Primitiva” por E. Backhouse y C. Tyler)

¿Cómo aprendería a ser casto, presenciado las excitaciones del teatro? ¿Los gritos de los actores podrán recordarle las exhortaciones de los profetas? ¿Las canciones de un cantor afeminado podrán recordarle el canto de los salmos? ¡Quisiera Dios preservar a su pueblo de todo apasionamiento por tan perniciosos placeres! 

Que vuestro más delicado tinte sea la sencillez; que la rosa de vuestras mejillas sea la modestia y que la gracia de vuestros labios sea el silencio. Haced que en vuestros oídos penetre la Palabra de Dios, llevando en vuestra garganta el yugo de Cristo. Adornaos con la seda de la integridad y con el lino fino de la santidad.

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